Una interesante nota del diario El Litoral de Santa Fé del martes 29 de diciembre
Para el Ing. Gerardo López, investigador reconocido con el premio Innovar 2009, el gran desarrollo de esta disciplina científica obliga a pensar en su enseñanza escolar y académica. “En unos años, muchos productos comunes funcionarán por nanopartículas”, pronostica.
Click aquí para ir a la nota
miércoles, 30 de diciembre de 2009
sábado, 14 de noviembre de 2009
Oscar Varsavsky: A 40 años de la publicación de Ciencia, política y cientificismo
Jornada sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad
“Oscar Varsavsky. A 40 años de la publicación de Ciencia, Política y Cientificismo”
Jueves 26 de noviembre de 2007.
Aula Comelli, Edificio Central de la Facultad de Ingeniería de la UNLP, 1 y 47, La Plata.
Recepción e inscripción: 9:00 hs.
Apertura: 9:15 horas.
Varsavsky y la publicación de Ciencia, Política y Cientificimo
09:30 hs. Dra. Sara Rietti (Varsavsky: Ciencia, Política y Cientificismo y su legado)
10:00 hs. Dr. Gabriel Bilmes (Varsavsky y la recepción de sus ideas en Latinoamérica)
Vigencia y actualidad de Ciencia, Politica y Cientificismo
Ponencias y Debate
10:45 hs. Dra. Leda Gianuzzi (La minería en relación al agua potable)
11:15 hs. Debate hasta las 12:00 hs.
Intervalo
14:00 Mgter. Erica Carrizo (La actividad científica en el mundo del agro y de los agrotóxicos)
14:30 hs. Dra. Silvia Rivera (Ciencia, política y poder)
15:00 hs. Debate hasta las 15:30 hs.
15:45 hs. Compañeros de Jóvenes Científicos Precarizados (El científico como trabajador y político)
16:15 hs. Compañeros de Desde el Pie (Sobre la presunta neutralidad de la investigación científica: la responsabilidad del científico)
16:45 hs. Compañeros de Ciencia-Rebelde (Ciencia y Revolución)
17:15 hs. a 18:00 hs. Debate y cierre de la jornada.
Semblanza:
Oscar Varsavsky (1920-1976) nació y falleció en Buenos Aires. Se doctoró en Química, y de la ciencia aplicada pasó a actividades teóricas –primero en física cuántica, luego trabajó en diversas ramas de la matemática pura, como topología, lógica algebraica y análisis funcional hasta 1961-. En 1961 comenzó a usar su base científica en matemática para tratar problemas de la realidad social, dando nacimiento al grupo de Economía Matemática del Instituto de Cálculo de la FCEyN de la UBA. Fue uno de los primeros y más destacados especialistas mundiales en la elaboración de modelos matemáticos aplicados a las ciencias sociales. Ante las limitaciones de estos modelos por él detectadas comenzó a estudiar y desarrollar con sus colaboradores un instrumento computacional relativamente novedoso denominado Experimentación Numérica.
En los últimos años de su vida, la epistemología tanto como la sociopolítica científica fueron objeto de sus estudios. Entre los considerandos epistémicos más relevantes por él abordados se encuentra el hecho de sostener que los aspectos esenciales del conocimiento –de toda época- no son lo suficientemente difíciles como para escapar a la comprensión de las grandes mayorías. Creía en la necesidad de pensar las actividades humanas en función de su aporte a la construcción efectiva de una sociedad cuyas características se hubieren definido previamente (plano de la política). Ello exigiría un intenso trabajo previo destinado a plantear un sistema sociopolítico que reemplace al actual. Frente a la falsa conciencia técnico-económica de que tales alternativas no existían, destacaba Varsavsky la importancia que para los grupos sociales tiene la visión previa de sus posibilidades.
Realizó una fuerte crítica a las normas que rigen el desarrollo de las ciencias. Estas ideas fueron su punto de partida para aspirar a una ciencia más libre de los condicionamientos económicos. Publicaciones como Ciencia, Política y Cientificismo, Hacia una Política Científica Nacional, Marco Histórico Constructivo para Estilos Sociales, y Proyectos Nacionales y sus Estrategias reflejan la vigorosidad de sus ideas.
“Oscar Varsavsky. A 40 años de la publicación de Ciencia, Política y Cientificismo”
Jueves 26 de noviembre de 2007.
Aula Comelli, Edificio Central de la Facultad de Ingeniería de la UNLP, 1 y 47, La Plata.
Recepción e inscripción: 9:00 hs.
Apertura: 9:15 horas.
Varsavsky y la publicación de Ciencia, Política y Cientificimo
09:30 hs. Dra. Sara Rietti (Varsavsky: Ciencia, Política y Cientificismo y su legado)
10:00 hs. Dr. Gabriel Bilmes (Varsavsky y la recepción de sus ideas en Latinoamérica)
Vigencia y actualidad de Ciencia, Politica y Cientificismo
Ponencias y Debate
10:45 hs. Dra. Leda Gianuzzi (La minería en relación al agua potable)
11:15 hs. Debate hasta las 12:00 hs.
Intervalo
14:00 Mgter. Erica Carrizo (La actividad científica en el mundo del agro y de los agrotóxicos)
14:30 hs. Dra. Silvia Rivera (Ciencia, política y poder)
15:00 hs. Debate hasta las 15:30 hs.
15:45 hs. Compañeros de Jóvenes Científicos Precarizados (El científico como trabajador y político)
16:15 hs. Compañeros de Desde el Pie (Sobre la presunta neutralidad de la investigación científica: la responsabilidad del científico)
16:45 hs. Compañeros de Ciencia-Rebelde (Ciencia y Revolución)
17:15 hs. a 18:00 hs. Debate y cierre de la jornada.
Semblanza:
Oscar Varsavsky (1920-1976) nació y falleció en Buenos Aires. Se doctoró en Química, y de la ciencia aplicada pasó a actividades teóricas –primero en física cuántica, luego trabajó en diversas ramas de la matemática pura, como topología, lógica algebraica y análisis funcional hasta 1961-. En 1961 comenzó a usar su base científica en matemática para tratar problemas de la realidad social, dando nacimiento al grupo de Economía Matemática del Instituto de Cálculo de la FCEyN de la UBA. Fue uno de los primeros y más destacados especialistas mundiales en la elaboración de modelos matemáticos aplicados a las ciencias sociales. Ante las limitaciones de estos modelos por él detectadas comenzó a estudiar y desarrollar con sus colaboradores un instrumento computacional relativamente novedoso denominado Experimentación Numérica.
En los últimos años de su vida, la epistemología tanto como la sociopolítica científica fueron objeto de sus estudios. Entre los considerandos epistémicos más relevantes por él abordados se encuentra el hecho de sostener que los aspectos esenciales del conocimiento –de toda época- no son lo suficientemente difíciles como para escapar a la comprensión de las grandes mayorías. Creía en la necesidad de pensar las actividades humanas en función de su aporte a la construcción efectiva de una sociedad cuyas características se hubieren definido previamente (plano de la política). Ello exigiría un intenso trabajo previo destinado a plantear un sistema sociopolítico que reemplace al actual. Frente a la falsa conciencia técnico-económica de que tales alternativas no existían, destacaba Varsavsky la importancia que para los grupos sociales tiene la visión previa de sus posibilidades.
Realizó una fuerte crítica a las normas que rigen el desarrollo de las ciencias. Estas ideas fueron su punto de partida para aspirar a una ciencia más libre de los condicionamientos económicos. Publicaciones como Ciencia, Política y Cientificismo, Hacia una Política Científica Nacional, Marco Histórico Constructivo para Estilos Sociales, y Proyectos Nacionales y sus Estrategias reflejan la vigorosidad de sus ideas.
lunes, 9 de noviembre de 2009
Ian McEwan: No sólo la ciencia mueve montañas
La prueba, tanto en la ciencia como en la vida cotidiana, es un concepto elástico.
Durante siglos, brillantes estudiosos cristianos demostraron con argumentos racionales la existencia de un dios de los cielos, aun cuando sabían que no podían permitirse otra conclusión.
Cuando Penélope duda sobre si el andrajoso extraño que aparece en Itaca es realmente su esposo Ulises, manufactura una prueba invocando la construcción de su cama nupcial, lo que satisfaría a la mayoría de nosotros, pero no a muchos lógicos.
Y el precoz matemático de diez años exultante con la prueba de que los ángulos de un triángulo siempre suman 180 grados, descubrirá antes de su primera afeitada que en otros esquemas matemáticos esto no es siempre así.
Pocos sabemos cómo demostrar que dos más dos son cuatro en todas las circunstancias. Pero nos aferramos a que es cierto, a menos que tengamos la desgracia de vivir bajo un sistema político que requiere nuestra creencia en lo imposible; George Orwell en la ficción, así como Stalin, Mao, Pol Pot y varios otros en la realidad nos han demostrado que el resultado puede ser cinco.
Quizás esta lenta elaboración de un sistema de pensamiento, la ciencia, haya sido la más grande de las invenciones, mayor que la rueda o la agricultura; una invención que tiene la falta de prueba en su corazón, y a la autocorrección como su procedimiento esencial.
Sólo recientemente, desde hace unos 500 años, una parte significativa de la humanidad comenzó a dejar de lado las revelaciones entregadas por entidades sobrenaturales, y a apoyar en cambio una vasta y disparatada empresa que trabaja con fruición, disputa, refinamiento y en ocasiones desafíos radicales.
No hay textos sagrados –de hecho, una forma de blasfemia ha resultado ser útil–. La observación empírica y la prueba son, por supuesto, de importancia vital, pero alguna ciencia es poco más que aguda descripción y clasificación; algunas ideas prenden, no porque sean probadas, sino porque están en consonancia con lo que ya se conoce en otros campos de estudio, o porque las sostienen personas con poder o patronazgo –naturalmente, la fragilidad humana está bien representada en la ciencia.
Pero la ambición de los novatos y la elucubración de un método opuesto, así como la muerte, son poderosos estimulantes. Como alguien ha comentado, la ciencia avanza por funerales.
Y, a la vez, mucha ciencia parece verdadera porque es elegante: con formulaciones económicas, parece explicar mucho. Aunque la fulminaron desde el púlpito, la teoría de la selección natural de Darwin obtuvo una aceptación rápida, por lo menos según los estándares de la vida intelectual victoriana. Su prueba era realmente una abrumadora cantidad de ejemplos, presentados con cuidado extremo.
La descripción de Einstein, en su teoría de la relatividad general, de la gravitación como una consecuencia, no de la atracción entre cuerpos de acuerdo con su masa, sino de la curvatura del espacio tiempo generada por la materia y la energía, permaneció encerrada en libros de textos durante varios años desde su formulación. Steven Weinberg describe cómo, desde 1919, varias expediciones de astrónomos trataron de probar la teoría midiendo la deflección de la luz de las estrellas por el sol durante un eclipse. Pero hasta que no se consiguió la radiotelescopia en los años ’50, las mediciones no fueron lo suficientemente exactas como para ofrecer una verificación.
Durante 40 años, a pesar de la falta de evidencia, la teoría fue generalmente aceptada porque, según Weinberg, “era muy atractiva y bella”. Mucho se ha escrito sobre la imaginación en la ciencia, y el ocasional triunfo de la belleza sobre la verdad. Según el relato de James Watson, cuando Rosalind Franklin se plantó frente al modelo final de la molécula de ADN, ella “aceptó el hecho de que la estructura era demasiado bella para no ser verdadera”. Aun así, entre la gente común se mantiene firme la idea de que los científicos no creen lo que no pueden probar. Al menos, les exigimos más altos estándares de evidencia que a los críticos literarios, los periodistas y los curas.
No es casual que hayan generado tanto interés los científicos que han aceptado responder la pregunta: “¿Qué creen que es verdadero aunque no puedan probarlo?” propuesta por el editor neoyorquino John Brockman. Parece que aquí hubiera una paradoja: aquellos que basan su credibilidad intelectual en pruebas rigurosas hacen fila para declarar sus creencias inverificables. ¿El escepticismo no debería ser el primo hermano de la ciencia?
Esos hombres y mujeres que nos castigaron por nuestra insistencia en una noción nebulosa que no está sujeta a la santísima trinidad de prueba ciega, controlada y al azar, al final están de rodillas declarando su fe.
La paradoja, sin embargo, es falsa. Como escribió el ganador del Premio Nobel Leon Lederman: “Creer en algo sabiendo que no se puede probar es la esencia de la física”.
Este fragmento pertenece a la introducción que Ian McEwan hizo al libro What We Believe But Cannot Prove: Today’s Leading Thinkers on Science in the Age of Certainty (“Lo que creemos y no podemos probar: los más importantes pensadores de la ciencia sobre la Edad de la Certeza”), una colección de ensayos científicos recién publicada en Londres y editada por John Brockman.
Extraido del suplemento Radar del diario Página/12 del 13-11-05
Durante siglos, brillantes estudiosos cristianos demostraron con argumentos racionales la existencia de un dios de los cielos, aun cuando sabían que no podían permitirse otra conclusión.
Cuando Penélope duda sobre si el andrajoso extraño que aparece en Itaca es realmente su esposo Ulises, manufactura una prueba invocando la construcción de su cama nupcial, lo que satisfaría a la mayoría de nosotros, pero no a muchos lógicos.
Y el precoz matemático de diez años exultante con la prueba de que los ángulos de un triángulo siempre suman 180 grados, descubrirá antes de su primera afeitada que en otros esquemas matemáticos esto no es siempre así.
Pocos sabemos cómo demostrar que dos más dos son cuatro en todas las circunstancias. Pero nos aferramos a que es cierto, a menos que tengamos la desgracia de vivir bajo un sistema político que requiere nuestra creencia en lo imposible; George Orwell en la ficción, así como Stalin, Mao, Pol Pot y varios otros en la realidad nos han demostrado que el resultado puede ser cinco.
Quizás esta lenta elaboración de un sistema de pensamiento, la ciencia, haya sido la más grande de las invenciones, mayor que la rueda o la agricultura; una invención que tiene la falta de prueba en su corazón, y a la autocorrección como su procedimiento esencial.
Sólo recientemente, desde hace unos 500 años, una parte significativa de la humanidad comenzó a dejar de lado las revelaciones entregadas por entidades sobrenaturales, y a apoyar en cambio una vasta y disparatada empresa que trabaja con fruición, disputa, refinamiento y en ocasiones desafíos radicales.
No hay textos sagrados –de hecho, una forma de blasfemia ha resultado ser útil–. La observación empírica y la prueba son, por supuesto, de importancia vital, pero alguna ciencia es poco más que aguda descripción y clasificación; algunas ideas prenden, no porque sean probadas, sino porque están en consonancia con lo que ya se conoce en otros campos de estudio, o porque las sostienen personas con poder o patronazgo –naturalmente, la fragilidad humana está bien representada en la ciencia.
Pero la ambición de los novatos y la elucubración de un método opuesto, así como la muerte, son poderosos estimulantes. Como alguien ha comentado, la ciencia avanza por funerales.
Y, a la vez, mucha ciencia parece verdadera porque es elegante: con formulaciones económicas, parece explicar mucho. Aunque la fulminaron desde el púlpito, la teoría de la selección natural de Darwin obtuvo una aceptación rápida, por lo menos según los estándares de la vida intelectual victoriana. Su prueba era realmente una abrumadora cantidad de ejemplos, presentados con cuidado extremo.
La descripción de Einstein, en su teoría de la relatividad general, de la gravitación como una consecuencia, no de la atracción entre cuerpos de acuerdo con su masa, sino de la curvatura del espacio tiempo generada por la materia y la energía, permaneció encerrada en libros de textos durante varios años desde su formulación. Steven Weinberg describe cómo, desde 1919, varias expediciones de astrónomos trataron de probar la teoría midiendo la deflección de la luz de las estrellas por el sol durante un eclipse. Pero hasta que no se consiguió la radiotelescopia en los años ’50, las mediciones no fueron lo suficientemente exactas como para ofrecer una verificación.
Durante 40 años, a pesar de la falta de evidencia, la teoría fue generalmente aceptada porque, según Weinberg, “era muy atractiva y bella”. Mucho se ha escrito sobre la imaginación en la ciencia, y el ocasional triunfo de la belleza sobre la verdad. Según el relato de James Watson, cuando Rosalind Franklin se plantó frente al modelo final de la molécula de ADN, ella “aceptó el hecho de que la estructura era demasiado bella para no ser verdadera”. Aun así, entre la gente común se mantiene firme la idea de que los científicos no creen lo que no pueden probar. Al menos, les exigimos más altos estándares de evidencia que a los críticos literarios, los periodistas y los curas.
No es casual que hayan generado tanto interés los científicos que han aceptado responder la pregunta: “¿Qué creen que es verdadero aunque no puedan probarlo?” propuesta por el editor neoyorquino John Brockman. Parece que aquí hubiera una paradoja: aquellos que basan su credibilidad intelectual en pruebas rigurosas hacen fila para declarar sus creencias inverificables. ¿El escepticismo no debería ser el primo hermano de la ciencia?
Esos hombres y mujeres que nos castigaron por nuestra insistencia en una noción nebulosa que no está sujeta a la santísima trinidad de prueba ciega, controlada y al azar, al final están de rodillas declarando su fe.
La paradoja, sin embargo, es falsa. Como escribió el ganador del Premio Nobel Leon Lederman: “Creer en algo sabiendo que no se puede probar es la esencia de la física”.
Este fragmento pertenece a la introducción que Ian McEwan hizo al libro What We Believe But Cannot Prove: Today’s Leading Thinkers on Science in the Age of Certainty (“Lo que creemos y no podemos probar: los más importantes pensadores de la ciencia sobre la Edad de la Certeza”), una colección de ensayos científicos recién publicada en Londres y editada por John Brockman.
Extraido del suplemento Radar del diario Página/12 del 13-11-05
sábado, 10 de octubre de 2009
“En la escuela se habla mucho de ciencia, pero se practica muy poco"
En el marco del ciclo Pensar la Nación en el Bicentenario, se desarrolló en la tarde de este lunes la tercera conferencia “Ciencia y tecnología en la Argentina”, a cargo del Dr. Carlos Solivérez en el Foro Cultural Universitario. La actividad fue organizada por las Universidades Nacionales del Litoral, Rosario, Cuyo y Comahue; y auspiciada por Banco Credicoop y Le Monde Diplomatique.
Solivérez comenzó su charla reconociendo que “hay distintos beneficiarios de la ciencia y tecnología (C yT) que reciben distintos beneficios”. En este sentido, consideró que “los beneficiarios deberían ser los más débiles y necesitados”. Y ejemplificó con cómo algunos ciudadanos no tienen conocimiento ni acceso a las más diversas tecnologías que posibilitarían que sus tareas diarias fueran mucho más sencillas, rápidas o económicas.
Inversión y resultados
El disertante explicó que para calificar un sistema nacional de C y T, “se mira la inversión que se realiza en este campo”. Y ejemplificó que los países más avanzados invierten el 2 % de su PBI; pero aclaró que “si sólo miramos la inversión, no valoramos el resultado que obtenemos”.
En este sentido, Solivérez reflexionó: “Hoy estamos poniendo muchísimo más dinero en C y T. Pero tenemos que tener en claro qué queremos obtener y tenemos que evaluar si lo estamos logrando. ¿Cómo se miden los resultados? No hay ninguna pauta”.
Divulgación y difusión
La tarea del Conicet mereció un párrafo aparte. “La mayoría de los trabajos de investigación del Conicet son de las ciencias biológicas y apuntan a su publicación en revistas internacionales; con excepción de las ciencias sociales que apuntan a problemáticas sociales argentinas”.
Como ejemplo de la poca relación con el medio que tienen algunas investigaciones, Solivérez detalló que “de casi 2.000 trabajos del Conicet, sólo 7 investigan sobre la vinchuca y el Mal de Chagas, por el que ya se han infectado 2 millones de argentinos”.
Otro punto que destacó es que “el Conicet ha sido exitoso en la formación de científicos, pero no en la de tecnólogos”. Durante 2008, nucleaba 5.731 investigadores y 140 tecnólogos.
Solivérez considera que no existe un sistema científico argentino porque “no hay buena comunicación entre los científicos, ni entre los tecnólogos ni con la gente en general”. En este punto rescató el rol de la educación. “La ciencia hay que meterla desde muy temprano en la escuela. En la escuela se habla mucho de ciencia, pero se practica muy poco”.
Respecto a la divulgación científica, el conferencista destacó la labor de la revista “Ciencia Hoy” y del programa televisivo “Territorio de ciencia” de canal Encuentro. En materia de difusión tecnológica, aclaró que “no puede ser verbal, sino que tiene que ver con la práctica y la ejecución”. “Las tecnologías no se aprenden con la didáctica expositiva: hay que hacerlas, equivocarse y aprender”, concluyó.
¿Quién es?
Es doctor en Física y diplomado en ciencias sociales. Estudió en la Universidad de California (EE.UU.), fue investigador científico becario en la Universidad de Oxford (Inglaterra) y profesor visitante de la Universidad Fourier (Francia).
Además de su trabajo como investigador y docente universitario tuvo a su cargo cátedras de física en nivel terciario y secundario.
Entre 1983 y 1995 desempeñó actividades políticas, entre las que se destaca el cargo el Secretario de Estado de Ciencia y Técnica de la provincia de Río Negro.
Actualmente se encuentra jubilado, pero no alejado de la educación en ciencias ya que lleva adelante un taller de tecnologías para niños de 6 a 17 años. También edita una revista “¡Armemos algo!”, es colaborador regular de Wikipedia y escribe artículos de divulgación científica.
http://www.unl.edu.ar/noticias/noticia.php?nid=6475
Solivérez comenzó su charla reconociendo que “hay distintos beneficiarios de la ciencia y tecnología (C yT) que reciben distintos beneficios”. En este sentido, consideró que “los beneficiarios deberían ser los más débiles y necesitados”. Y ejemplificó con cómo algunos ciudadanos no tienen conocimiento ni acceso a las más diversas tecnologías que posibilitarían que sus tareas diarias fueran mucho más sencillas, rápidas o económicas.
Inversión y resultados
El disertante explicó que para calificar un sistema nacional de C y T, “se mira la inversión que se realiza en este campo”. Y ejemplificó que los países más avanzados invierten el 2 % de su PBI; pero aclaró que “si sólo miramos la inversión, no valoramos el resultado que obtenemos”.
En este sentido, Solivérez reflexionó: “Hoy estamos poniendo muchísimo más dinero en C y T. Pero tenemos que tener en claro qué queremos obtener y tenemos que evaluar si lo estamos logrando. ¿Cómo se miden los resultados? No hay ninguna pauta”.
Divulgación y difusión
La tarea del Conicet mereció un párrafo aparte. “La mayoría de los trabajos de investigación del Conicet son de las ciencias biológicas y apuntan a su publicación en revistas internacionales; con excepción de las ciencias sociales que apuntan a problemáticas sociales argentinas”.
Como ejemplo de la poca relación con el medio que tienen algunas investigaciones, Solivérez detalló que “de casi 2.000 trabajos del Conicet, sólo 7 investigan sobre la vinchuca y el Mal de Chagas, por el que ya se han infectado 2 millones de argentinos”.
Otro punto que destacó es que “el Conicet ha sido exitoso en la formación de científicos, pero no en la de tecnólogos”. Durante 2008, nucleaba 5.731 investigadores y 140 tecnólogos.
Solivérez considera que no existe un sistema científico argentino porque “no hay buena comunicación entre los científicos, ni entre los tecnólogos ni con la gente en general”. En este punto rescató el rol de la educación. “La ciencia hay que meterla desde muy temprano en la escuela. En la escuela se habla mucho de ciencia, pero se practica muy poco”.
Respecto a la divulgación científica, el conferencista destacó la labor de la revista “Ciencia Hoy” y del programa televisivo “Territorio de ciencia” de canal Encuentro. En materia de difusión tecnológica, aclaró que “no puede ser verbal, sino que tiene que ver con la práctica y la ejecución”. “Las tecnologías no se aprenden con la didáctica expositiva: hay que hacerlas, equivocarse y aprender”, concluyó.
¿Quién es?
Es doctor en Física y diplomado en ciencias sociales. Estudió en la Universidad de California (EE.UU.), fue investigador científico becario en la Universidad de Oxford (Inglaterra) y profesor visitante de la Universidad Fourier (Francia).
Además de su trabajo como investigador y docente universitario tuvo a su cargo cátedras de física en nivel terciario y secundario.
Entre 1983 y 1995 desempeñó actividades políticas, entre las que se destaca el cargo el Secretario de Estado de Ciencia y Técnica de la provincia de Río Negro.
Actualmente se encuentra jubilado, pero no alejado de la educación en ciencias ya que lleva adelante un taller de tecnologías para niños de 6 a 17 años. También edita una revista “¡Armemos algo!”, es colaborador regular de Wikipedia y escribe artículos de divulgación científica.
http://www.unl.edu.ar/noticias/noticia.php?nid=6475
domingo, 4 de octubre de 2009
Tecnología para todos
El INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) emite un programa en el que pequeños empresarios, cooperativas de trabajadores cuentan sus experiencias de trabajo. Los programas emitidos pueden ser bajados y escuchados siguiendo este enlace:
Tecnología para todos
Tecnología para todos
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Presentación del libro El científico es un ser humano de Pablo Kreimer 17/9
Tenemos el agrado de invitarlos a la presentación del reciente libro
de la colección Ciencia que Ladra
“El científico también es un ser humano. La ciencia bajo la lupa.”*,
de Pablo Kreimer
que se realizará el jueves 17/9 a las 18hs en el Aula Magna del
Pabellón 2 de Ciudad Universitaria con la participación de
- Pablo Kreimer
Licenciado en Sociología (UBA) y Dr. en Ciencia, Tecnología y Sociedad
(Centre STS, París). Profesor Titular en la Universidad Nacional de
Quilmes e investigador del CONICET. Director del Instituto de Estudios
Sociales de la Ciencia y la Tecnología y de la Revista de Estudios
Sociales de la Ciencia (REDES).
- Diego Golombek
Licenciado y Dr. en Biología (UBA). Profesor en la Universidad
Nacional de Quilmes, e investigador del CONICET. Director de la
colección “Ciencia que Ladra”.
- Mariano Sigman
Licenciado en Física (UBA) y Dr. en Neurociencias (Rockefeller
University). Profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales
(UBA) e investigador del CONICET. Autor de numerosos textos de
divulgación científica.
*A continuación, reproducimos el texto de la contratapa
¡Cuidado, científicos! Ustedes mismos están siendo estudiados... Sí,
los sociólogos de la ciencia investigan a esos bichos raros, que
suelen aparecer despeinados, de guardapolvo, con moscas en la cabeza y
un pizarrón en el bolsillo por si se les ocurre alguna idea genial
mientras viajan en colectivo.
Pablo Kreimer es uno de esos espías de la ciencia, y en este libro
cuenta en qué consisten las actividades de los investigadores (sus
experimentos en el laboratorio, pero también las gestiones para
conseguir un subsidio, el seguimiento y la evaluación de un becario,
los preparativos para dar una conferencia), de qué tratan sus papera,
cuáles son sus conflictos (¿desarrollar proyectos en sus países de
origen o en el exterior?, ¿elegir el tema que más les interesa o el
que les asegura resultados más inmediatos y reconocimiento?), y cómo
es la relación entre ciencia, tecnología y sociedad (comparando además
la condición "periférica" en América Latina con la situación del
primer mundo).
Lo cierto es que este libro resulta verdaderamente sorprendente y
necesario, tanto para los que quieran saber qué es esa cosa llamada
ciencia como para quienes estamos del otro lado del mostrador, o del
microscopio, en este caso... Finalmente, salimos bastante bien
parados, ya que el autor llega a la conclusión de que el científico
también es un ser humano, lo que no es poco.
viernes, 3 de julio de 2009
Repercusiones del proyecto Eratóstenes en la prensa
En el suplemento del diario Página/12 de la ciudad de Rosario, hicieron una nota con la participación de las escuelas de dicha ciudad. Pero hay algo más en la nota ...
Vean y lean el siguiente enlace:
EL PROYECTO ERATOSTENES SE REALIZO EN 23 ESCUELAS DE LA PROVINCIA
Un experimento para vivir la ciencia
Vean y lean el siguiente enlace:
EL PROYECTO ERATOSTENES SE REALIZO EN 23 ESCUELAS DE LA PROVINCIA
Un experimento para vivir la ciencia
Suscribirse a:
Entradas (Atom)